Cuando se inicia el siglo XVIII, la situación de la cirugía en España, al igual de lo que estaba sucediendo en el resto de Europa, precisa de importantes cambios y una profunda renovación, tanto en la formación como en la calidad del ejercicio profesional. La universidad no es capaz de dar respuesta a este desafío. La creación de cátedras de cirugía no sirve para cubrir estas necesidades, son escasas y carentes de la influencia que se precisa; por otra parte, los contenidos de su enseñanza son demasiado teóricos y envueltos en el escolasticismo que envuelve todas las aulas universitarias. Además son muchas las necesidades de cirujanos, que escasean en demasía, tanto para atender las necesidades de la milicia como de la población civil, y no es infrecuente que se recluten cirujanos extranjeros para cubrir este déficit. La dinastía borbónica va a apoyar con entusiasmo toda iniciativa que conlleve a mejorar esta situación, para ello será necesaria la creación de nuevos centros de formación específica y conseguir por todos los medios aumentar el prestigio social de los cirujanos, hasta entonces muy por debajo de los médicos.
Muchas de las aportaciones y prácticas científicas del siglo XVIII español están relacionadas con los cuerpos armados del Estado y concretamente la reforma de la enseñanza quirúrgica es la materialización de la preocupación de la administración española por contar en la Armada con unos profesionales bien formados para atender a los marinos. Esta preocupación supuso una auténtica revolución en la profesión quirúrgica y de manera indirecta, también en la médica. Las instituciones donde esta revolución se llevó a cabo fueron los anfiteatros anatómicos de Cádiz y Barcelona, seguidos inmediatamente en el tiempo por los de Cartagena y Ferrol.